El tweet capturado en la imagen, resume bien el panorama y el paisanaje al que el calor del verano nos aboca año tras año. Tendencia, que lejos de moderarse, parece imparable. Con el pretexto del calor y la comodidad, las bermudas y pantalones cortos se convierten en el atuendo predilecto del período estival.
Las bermudas están muy bien y pueden ser una prenda interesante siempre que tengamos claro su naturaleza informal. Por poner un ejemplo que viene al caso, siempre he sostenido que las chanclas de dedo sólo eran idóneas para pisar la arena de la playa o el césped de la piscina. Pues junto a ellas, y no siendo tan informales como estas, deberíamos tener claro el ámbito adecuado para vestir estos pantalones cortos. Lamentablemente, en los últimos años hemos asistido a la colonización del asfalto de las ciudades por el público masculino luciéndolas.
Pareciera obvio que nadie debería hacer uso de ellas en ocasiones de cierta formalidad, pero asimismo, debiera ocurrir en otras situaciones de nuestra vida cotidiana. El empleo de las bermudas se debería circunscribir a escenarios relativos a la playa o al campo, pero no a la ciudad. Perfectas para comer o cenar en un chiringuito o establecimiento playero, pero no aptas para cualquier restaurante. No tengo por qué ir a un restaurante y verle las piernas peludas, o depiladas, al señor de al lado. Y sucede lo mismo en cualquier organismo oficial o en el transporte público, entre otros muchos espacios urbanos.
Vestir bermudas o pantalones cortos en las ciudades debería ser algo muy puntual y anecdótico, y no generalizado como ocurre hoy en día. Desgraciadamente, cuando se traspasan ciertas líneas y se generalizan ciertas conductas, no suele haber vuelta atrás. Al paso que vamos, el pantalón largo en verano se convertirá en signo de distinción y urbanidad. O quizás, ya lo sea.